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Antes de Perón y antes de Duarte, cuando era Ibarguren – Parte 3 de 4





Por Armando Maronese   * 
 
Una de las almas conmovidas por “esa cosita transparente, fina, delgadita, con cabellos negros y carita alargada”, contratada sin derecho a atrezo y por unos miserables ciento ochenta pesos, era Pierina Dealessi, una vigorosa italiana cuarentona y soltera de por vida. Había llegado al país siendo una niña y con gran esfuerzo escaló posiciones desde el circo y la comedia bufa hasta el cine y el teatro, donde formó compañía propia. En la jovencita vio reflejadas sus primeras ambiciones y un temple común.
 
Pero la imagen de gatito abandonado en un callejón, al que su protectora ponía leche tibia en el vaso de “mate cocido” en los entreactos, era una impresión engañosa. En la especie de los felinos, el temperamento de la Duarte (aunque no se hubiera destapado) ocupaba otro escalón.
 
La nueva amiga de afición y temperamento, equivalió a lo que Descalzo y luego el general Farrell para Perón, amparándola hasta que su carrera se afianzó mediante un afecto correspondido y que sólo detuvo la muerte, el 26 de julio de 1952.
 
Si en la Dealessi halló Eva una adecuada prolongación del calor materno, cierto calor paterno asimilado hasta donde su odio lo hacía posible, llegó mediante vínculos breves y provechosos con ejemplares maduros, conectados con el cine, y en especial con la radio, un medio que a menudo paliaba el hambre de muchos actores teatrales. A ese efecto empezó trabajando en “Radio Belgrano de Buenos Aires” —cuyo propietario era Jaime Yankelevich— como parte de un gran elenco radio teatral en 1937, y siguió recitando bocadillos con cierta continuidad durante los dos años siguientes. Por fin había encontrado una tranquera abierta a sus sueños de actriz, y se lanzó a franquearla a galope tendido, llegando en épocas de cobro en metálico.
 
Apenas unos años antes, en la radio nadie veía un peso. Yankelevich fue uno de los impulsores de un negocio iniciado empleando fórmulas de trueque, por medio del cual los anunciantes pagaban espacios con sus manufacturas. A su vez, el propietario de la emisora recompensaba a su personal fijo y a los artistas con una fracción, vendiendo el resto a los comercios. Cuando los actores y actrices advirtieron que las emisiones estimulaban el consumo de las masas, la ley de la oferta y la demanda mató el primitivismo, situando al medio en la esfera de los modernos negocios del siglo XX.
 
Desde tiempo atrás, el apartado del radioteatro era un género de culto para la audiencia. Gastando poca corriente eléctrica se podían recibir enormes descargas emocionales y gracias a ello la técnica del folletín por entregas fue uno de los que mejor se adaptó al nuevo medio, ampliando un pequeño negocio de los pioneros, siempre sujeto a la venta de espacios publicitarios. Los “teatros del aire” atrajeron a sectores de la esfera teatral y a gentes con buen timbre de voz y aceptable dicción. Otros llegaron desde las canteras del tango y el folklore nativo.
 
En el Ecuador de la década ya se contaba con grandes elencos y voces muy populares e irreemplazables para la emoción, llevada al extremo a final de cada episodio. Las señas de identidad de aquel género dramático, lo llevaron a ser tan consumido a través del éter, como los eventos deportivos, los espacios musicales, números cómicos o costumbristas y nuevos concursos con premio incluido.
 
Los héroes y heroínas del género eran un calco de las novelas o los filmes exitosos; cuando no, un plagio directo, o bien una pobre adaptación de sus versiones originales. En todas, el sufrimiento y el romanticismo competían con sórdidas maldades y envidias; y las miserias y grandezas con debilidades y coraje. Los dramas, a contramarcha de la vida, tenían todos un final feliz, emitiéndose de lunes a viernes, y su duración se cifraba en un mes; pero podían estirarse como los populares “chiclets”, según el éxito alcanzado. La sustancia de sus fábulas románticas rebosaban frecuentes malentendidos, resonando a los besos apasionados desde el micrófono, como una sopapa enchufada al bidé del lavatorio. Los nuevos “efectos especiales” y la combinación entre voces, música y enfatizaciones del relator —describiendo paisajes o entornos difíciles de sugerir desde la acción misma—, hicieron de estos novelones el sustituto cotidiano de entretenimientos bastante más caros de producir.
 
Hacia el final de la década, ya eran un negocio de bajo coste y seguro beneficio, en incesante expansión.
 
Eva Duarte llegó a sentar sus reales en la radio gracias a esto último. Había cobrado cierto envión artístico haciendo papeles pequeños, y se los fueron ampliando sin riesgos de invertir demasiados billetes en un caballo que podía mancarse en cualquier tramo inicial de la carrera. Lo importante en estos casos era la calidad de una voz y su cotidianeidad para los oyentes. En principio, la iniciativa para imponer una determinada voz podía surgir de la emisora o bien del anunciante, aunque por lo general, ambas partes llegaban a un acuerdo que superaba la preeminencia de cualquier moción en aras del negocio.
 
Los novelones del aire iban dirigidos a excitar el lagrimal de las amas de casa. Las emisiones más importantes se hacían a media tarde o a la hora de cenar, por eso eran presentados por jabones en polvo que lavaban más blanco la ropa, o pastillas que usaban las estrellas en el tocador, y por aceites que freían y condimentaban mejor las patatas y la ensalada. Esto también explica que los contactos laborales de Eva Duarte, mientras duró el primer y más importante segmento de su carrera radial (a punto de concluir el 22 de enero de 1944), fueran gentes del medio, o bien anunciantes que elaboraban aceite y fabricaban jabón.
 
Por lo pronto, en el otoño de 1939 ya había conseguido encabezar su primer ciclo radial con el actor Pablo Racioppi, un buen amigo. El empresario del jabón que auspiciaba el programa era otro. Racioppi insistió después de 1955 haber cruzado con la Eva de aquellos días la barrera de la amistad.
 
Sin duda, los amigos del alma que buscaban su cuerpo se multiplicaron desde entonces. Se dice que el más encumbrado amante en esta etapa inicial fue el libretista Héctor Pedro Blomberg, autor de “La Pulpera de Santa Lucía”, un clásico del radioteatro argentino. Eva recitó sus textos en dos ciclos posteriores de otras radios. Pero nadie puede probar si la actriz se lió sucesivamente con Blomberg, con Racioppi y con el jabonero que pagaba el programa, o quizá con todos a un tiempo. Lo que suena lógico y razonable, es que su ancho margen de libertad, siempre centrado en su carrera de actriz, le otorgase derechos semejantes a los que la sociedad seguirá dando a los hombres solteros o casados.
 
En cualquier caso, la asepsia afectiva de Eva Duarte era asombrosa a esa edad. Pocas jóvenes de veinte años que no sean profesionales del sexo han podido desdramatizar estos vínculos como consiguió hacerlo desde 1935. Gracias al factor, sacaba salvaje partido de aquellos entreveros en los que apenas ponía algún gramo de sus sentimientos. El hambre y la soledad se los habían encerrado en un pesado arcón, al que lustraba periódicamente el candado. En tanto no lo abriera, quedaban prisioneros, mientras ensayaba una y otra vez su representación.
 
En los pocos instantes románticos de la vida real, era una más de sus sufrientes heroínas del radioteatro, con palabras de Blomberg, y después con las de Francisco Muñoz Azpiri y Miguel Martinelli Massa. Fuera de eso hubo poco; al menos en términos originalmente románticos.
 
“Estaba sola. No tenía algún amorcito. Me parece que no había nada”— contó después Pierina Dealessi sin faltar a la verdad de lo que manda el corazón.
 
Entre lo poco y la nada, irrumpió en su vida Emilio Kartulovic, un chileno de origen eslavo con el que se dio de bruces en los días de Junín, cuando aquel playboy aficionado a las carreras de automóviles empantanó el suyo en las afueras del pueblo, quedando enfangado junto a su máquina volcada. La víctima del infortunio era nada menos que el dueño de “Sintonía”.
 
Eva acabó conquistando la risa espontánea del enérgico ejemplar tras recordarle con cierta malicia el episodio, uniéndolo a su devoción juvenil por una revista que devoraba todas las semanas, y que tanto acrecentó su primer vocación dramática. Aquello encendió la chispa, creando una complicidad amorosa que recién se desvaneció, entre la primavera de 1943 y el verano del año siguiente, ya a punto de conocer al coronel Perón. La estrellita Duarte, que había saltado en 1939 a la tapa de la revista “Antena”, llegó poco después a la de el semanario de Kartulovic, donde obtuvo reportajes, notas y gacetillas sobre sus planes y actividades. Pero Eva era una más en el harén del califa, debiendo aguardar muchas horas sentada en la redacción, hasta que el patrón se dignase a atenderla.
 
A pesar de pasar por “amansadoras” y zafarranchos amorosos sin condimento, había avanzado bastante desde que bajó del tren. Pero en el fondo continuaba siendo un alma solitaria, en ruta hacia un misterioso destino. Los lazos con la familia se habían aflojado con la distancia, aunque el recuerdo y el afecto por la madre y sus tres hermanas se mantuvo. A Juan lo veía a menudo en Buenos Aires y se auxiliaban mutuamente.
 
“Juancito era el único amor de su vida en aquella época. Un adorable desvergonzado”— apunta Pierina.
 
La afición por el hermano débil y venal era compartida por la maternal amiga, y otras conquistas. En la pareja batalla de los sexos, la flojera de los machos afirma a ciertas mujeres y viceversa. La amiga de Evita —probable lesbiana o bisexual— se mantuvo célibe durante una larga vida compartida en ancho tramo con su madre. El posterior encuentro con Perón truncó quizás un destino equivalente en aquella joven devota de la “Virgen de Itatí”, en la que Pablo Racioppi había detectado “gran rencor hacia los hombres”.
 
“Es que todos me acosan sexualmente”—refirió al compañero de fatigas radiales, no sin razón.
 
Aunque esta impresión se ajustase a la realidad, lo que en el fondo de cada hombre la amenazaba era el fantasma del difunto Duarte, el predador sexual que esclavizó a su madre y encima le negó la paternidad a ella. Por su culpa, para la Duarte legitimada por el estrellato, los varones sólo eran dignos de ser usados y arrojados al cubo de la basura. Ante los retrospectivos ojos de María Eva, lucían despreciables, en su perpetuo interés por convertirla en lo que un desalmado hizo de su pobre madre. De ahí, que con los meses, lo único en consolidarse fuese la aventura radial, mientras otras iban pasando. Primero fue Raimundo López, de la firma “Guereño”, con quien firmó contrato, favorecida por la intervención de su hermano, viajante de sus jabones de baño. Después le llegó el turno al gerente de“Llauró”, otro jabón de la competencia, y de allí saltó hasta Pablo Osvaldo Valle, uno de los directores de “Radio El Mundo” y locutor pionero en la radio argentina.
 
Los hombres maduros le seguían atrayendo como un medio, y también como el juego a encontrar y desencontrar fugazmente al padre. El porqué gustaba la morenita de piel nacarada a esos cuarentones, sin ser especialmente atractiva, tampoco estaba en el sexo, sino en la personalidad y su modo de administrarla en el trato con ellos. Eva sabía como estimularles el deseo y el instinto paternal, aderezándolo con proyecciones de omnipotencia. Con el halago sabiamente administrado, caía uno tras otro y como breva madura en sus proyectos artísticos.
 
Kartulovic fue el ejemplo más destacado de la técnica y sus resultados hasta la refulgente llegada de Perón; aunque antes, ya los compañeros sentimentales percibían su temple. Fuerte como cualquier varón, ayudarla a escalar algún peldaño era como hacer patria. En las historias galantes de Eva, también mediaban cuestiones de clase. En su catálogo no cabían dobles apellidos, siempre a la pesca de hembras sofisticadas. Siendo acaudalados, los festejantes de la chica de Junín no eran magnates del acero, capitanes de la industria o grandes estancieros.
 
En general rudos y prácticos, revelaban una cultura argamasada en la lucha por la vida. Lo que ensuciaban con el aceite, lo lavaban con el jabón y viceversa, despreciando los refinamientos de las clases altas.
 
Por Armando Maronese
19/7/2020
 
(Continúa en parte 4)

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