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La rentabilidad de una lágrima





Por Armando Maronese   *

Don Alberto un viejo amigo 25 años mayor que yo, solía contarme las distintas peripecias que vivió en su larga vida de marino de guerra, experiencias como haber enfrentado increíbles temporales, con olas que parecían humedecer el cielo, rescate de náufragos o brumas como las del puerto de Londres, donde en su bahía los barcos pasaban rozándose y la distancia entre uno y otro la daba el sonido de las asmáticas sirenas.

Pero la anécdota que más llamó mi atención por su realismo mágico, ese que ninguna fantasía puede emular, sucedió en tierra.

Cierta vez, debieron desembarcar en Panamá, para luego dirigirse a un pequeño poblado a las plantas del volcán Chiriqui.

Hasta aquel pequeño lugar, fue convocado para asistir al velorio el pariente de uno de los oficiales del buque de guerra.

De aquel velorio, don Alberto –capitán de la nave-, recordaba el gran dramatismo que se vivía en esa casa, uno de cuyos ambientes hacía de sala mortuoria, tal cual como se usaba hace unos 40-50 años tanto en mi país Argentina, como en otros del mundo, pero en este caso el llanto era el principal protagonist más que el perfume de aquellas flores, más que el tenue rasguear de guitarras que venía de alguna otra casa vecina.

El llanto era el único idioma válido de aquella triste cofradía. Hasta creyó presentir que muchos lloraban de más, como queriendo que las lágrimas fueran más grandes que la misma muerte. Quienes más lloraban pertenecían a un grupo de señoras vestidas de absoluto luto.

Cuando don Alberto preguntó si esas mujeres eran familiares, amigas o vecinas del difunto, alguien le aclaró que sólo eran "lloronas" profesionales, señoras que alquilaban su llanto las veces que algún fallecido solitario (todos los muertos son solitarios ¿No?), no tenían familiar que lo llore.

Yo ya tenía vagos conocimientos de este tipo de mujeres, pero me las hacía en lugares más pobres todavía. También supe que el llanto tenía precio y deduje que si esas lágrimas tenían precio, el llanto tendría otro costo y tal vez uno menor el sollozo. El suspiro habría de ser el más económico de todas las urgencias del ánimo. Como hasta ahora no se paga impuesto por conjeturar, uno conjetura..., pero sigamos.

Cuando pasan los años y nos venimos grandes caemos en la cuenta que todo se vende, que hubo, hay y habrá políticos con intención de adquirir o alquilar votos; que hubo, hay y habrá comediantes y oradores que alquilarán aplausos que los ovacionen hasta el hartazgo del ego; que hubo, hay y habrá curas, que venderán hasta su alma para que los suban hasta el cardenalicio. Todo está en la compra y venta de los años, inclusive la risa y los lagrimales.

Si mal no estoy informado, las lloronas también están en poblados de mi provincia y otras provincias argentinas, sin desconocer que muchas de esas mujeres cobran con especias esos favores con vistas de almas en soledad. Ocurre que el camino del hambre es largo, tedioso y la imaginación abunda más que el trabajo digno no carente de ética.

En casos así, de lagrimales abiertos al sentido laboral, son inevitables las conjeturas, como que harán las lloronas cuando necesiten una lágrima sin uso, a modo personal, lágrimas sin fines de lucro.

Sería hasta jocoso que alguien nos confisque el llanto, más cuando creemos que ellas –las lágrimas-, aún abren puertas y hasta suelen apagar íntimos incendios. No debemos olvidar que uno es lo que ha llorado, pese al despilfarro de ellas.

Al nacer nadie les advirtió que regulen el llanto, porque cuando este ocurre –quien no lo sabe-, ya es pasado.

Tampoco nos dijeron que no lo prestemos a los polizones del alma o a pasajeras congojas, pues nadie regresa lo llorado y que existe un percance de tiempo que se escurre como el mundo debajo de nuestros pies. A esos percances de tiempo, los lógicos le llaman "vida".

Tal cual lo haré en mi país, si por una de esas cosas que tiene el destino vuelvo a viajar a Panamá, prometo ir tras aquellas lloronas para decirles lo mucho que ha trabajado el desvelo para construir cada lágrima, que en el intento debió fundir sueños, sangría de horas y sufridos minerales para su composición, tan personal que no existen –en todo el cosmos-, dos gotas idénticas.

Al parecer todo está en venta, hasta los sentimientos más diáfanos e irreparables. Sé que algún omnisciente dirá que el sentir del pueblo se nutre de esos toques pintorescos que se escriben o transmiten de modo oral, tal como el contado.

Eso es así de cierto. Pero también es verdad, que no debemos darle mal uso al idioma universal de las lágrimas, las que no reparan el pasado, pero lo perfuman.

Por Armando Maronese
M. 04/8/2020
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