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El antes y el después del amor





Por Armando Maronese   *  
 
Hay muchas parejas que, en la práctica de su relación sexual, parecen aplicar las enseñanzas de un curso de lectura veloz. Se pierden lo mejor, pues el encuentro sexual es una "fiesta" que requiere tiempo y el deliberado propósito de llenarla de alegría.
 
"Fórmula uno o moderato contabile? ¿Tarea o recreo? ¿Eficiencia operativa o tiempo para el placer?......
 
Yo pienso que el escenario en el que se desarrolla el acto de amor es el... "tiempo". Creo también, que un gran escenario permite un mejor desenvolvimiento de los actores. No digo que no se pueda presentar a Shakespeare en un modesto teatro de escasas dimensiones. Simplemente, afirmo que los actores se van a encontrar más a su gusto en la escena de la Ópera de Viena o de la Scala de Milán. Huelga decir que en este caso estoy hablando, metafóricamente, de un escenario... temporal.
 
Y bien, ocurre,  que muy a menudo indagando acerca del como de la relación de dos cónyuges o simplemente de la pareja, los protagonistas parecen aplicar las enseñanzas de un curso de lectura veloz. Casi sin mucho preámbulo arremeten con la "tarea" (como si de tarea se tratara) y "practican el acto de la noche", tal cual lo califica Shakespeare, "sin pausa y con prisa", apuntando rectilíneamente a la meta final.
 
Y después "chau"..., y a dormir. No hay un antes ni un después apreciables, que casualmente son los momentos más valiosos. El buen vino se saborea despaciosamente y el refinado catador incrementa de este modo, el monto de su placer.
 
Además, que importante no perderse el "después". En otros términos, el acto (iba a escribir "los tres actos", como si fuera una obra de teatro), del amor empieza antes del coito y de su culminación orgásmica y concluye bastante después de haber aparentemente acabado.
 
Este trayecto, no debiera ser nunca rectilíneo. Un buen turista evita las autorrutas o autopistas y prefiere aquellos recorridos sinuosos que le permiten "conocer" el lugar. Para los adictos al libro más leido del mundo -la Biblia- les digo, para dar un ejemplo y aunque no comparta la religión hebrea, que el idioma hebreo de los textos sagrados emplea para el acto del varón que penetra genitalmente a una mujer, el verbo "conocer". Así se puede leer en el Génesis, que Abraham conoció a Sarah y la dejó embarazada. Me fascina esta correlación que sugiere, por una parte, un erotismo preñado de conocimiento y por la otra, un saber consustanciado con el amor de los cuerpos.
 
El que no se toma tiempo para el amor y para el despliegue de toda su potencialidad erótica, se pierde lo "mejor" de la "función" sexual, que es precisamente el hecho que en el hombre deja de ser "función" fisiológica y asume la condición artística de un "andante moderato" o de un "vivace man non troppo".
 
De niño me enseñaron, que se come para vivir y no se vive para comer.   Me dan ganas –perdón si exagero un poco-, de rescatar y reivindicar el placer de la gula y de afirmar que vale la pena vivir para comer. Si a la palabra "comer" la sustituyo por la palabra "amar", pienso que es válido sostener que "se vive para amar y que si no, ya no vale la pena". El discutible negocio de desterrar el ocio y de sustituirlo con el trabajo de sobrevivir, no es para mí.
 
El sexo humano no es un mero comportamiento para cumplir con un mandato instintivo de la Naturaleza. O con un mandato jurídico, el "débito conyugal" del que hablan los abogados. ¿Qué quieren que les diga? A mí, aquel placer, limitado a la descarga más o menos orgásmica; aquella apresurada supresión del juego previo; aquella condena de los pequeños desvíos, dictados por la fantasía y acallados por temor a la tarjeta roja (como en el fútbol); aquel amor mudo, que puede llegar a convertir en sordo a los mensajes del "partenaire"; aquel pudor que oculta el goce de contemplar el goce del otro; aquella atmósfera de día de trabajo, de "misión cumplida" y de "ya esta hecho", más que de recreos y gozosa vacancia; todo eso -creo y siento-, nos regresa a la condición zoológica, al sexo animal, "trabajo y no placer".
 
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Pudor, acaso, que lleva a realizar el sublime acto de amor a la manera de gallinas distraídas? ¿Culpabilidad por gozar? ¿Temor a dejarse llevar por las fantasías y sentir el vértigo del descontrol si uno se larga a una especie de acrobacia de lo imaginario, sin red abajo? ¿Cansancio, acaso, por el exceso de tensión en la lucha diaria por el "poder", en que se muere de anemia el placer?
 
El erotismo humano no es sexo biológico. No se hace el amor para vivir. Es sabido que se puede vivir perfectamente bien sin hacer el amor. Todos los que hayan hecho votos de castidad, en pos de un ideal superior y trascendente, lo demuestran sin ninguna duda.
 
Pero se convive (y el ser humano se define como un conviviente) para amar con el cuerpo, que "es uno" de los modos privilegiados de amar.
 
No se me escapa, aún los que estén de acuerdo conmigo en esto, van a arremeter contra esta última afirmación, que quizás reputen indecente o frívola. ¡Nada de eso! Necesitamos comunicarnos y hablar si nos asumimos como seres humanos. Y el sexo es el lenguaje que mejor habla, porque nunca miente.
 
Recordemos que la expresión "hacer el amor" en su sentido más amplio, alude al estar juntos y gozar en el cuerpo del "otro", para contemplar juntos el milagro del deseo renaciente.
 
En síntesis, el "acto de la noche" (que puede perfectamente hacerse de día), es una "fiesta" que requiere tiempo y deliberado propósito de rellenarla de alegría.
 
(C) 2005, Armando Maronese
Lunes, 06 de julio de 2020
 

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